Te quiero por lo que me dueles

2 comentarios
 
Antonio Andreu.
Los sentimientos por un club duran toda la vida o sólo veinte minutos de partido. A menudo se heredan de padres a hijos, como el idioma o la comida de los domingos, y otras se rebelan llenando de ovejas negras el árbol genealógico. Los sentimientos por un club son lógicos como el lugar de nacimiento que marca el DNI, y absurdos como la camiseta estampada de cuadros que determina tu amor a la selección croata de por vida. Son susceptibles a modas, al Ajax de los '70, a la 'Quinta del Buitre' y al 'Dream Team', e imperturbables a la tradición de la magia de San Mamés.

Son políticos, nacionalistas y españolistas, y religiosos, católicos y protestantes, en uno y otro estadio de Glasgow. Dependen de futbolistas, de colas de vaca y ruletas marsellesas que se ensayan durante el recreo entre Dibujo Libre y Plastilina, y de amigos, vecinos, primos, tíos, famosos y periodistas. Los sentimientos por un club son exclusivos y compatibles, monógamos y capaces de hondear juntos en una misma bandera. Son radicales, de navaja y bengala, y moderados, de himno y bolsa de pipas.

Sentado frente al televisor, encajando goles en el Santiago Bernabéu, adivino este contraste. 5-1, el Real del Segura cae, como esperaba, ante el Real de Chamartín. Lo hace para recordarme una vez más el porqué de mis sentimientos, el porqué soy del Murcia. Veo las caras felices de los murcianos que jadean a los "cristianos" pidiendo que el balón vuelva a tocar la red. Abandonan la cafetería siendo más madridistas que cuando entraron porque han ganado. Al igual que yo, que también soy más murcianista que cuando llegué. Lo soy, en cambio, porque he perdido. Y es que yo quiero al Murcia por lo que me duele y no por lo que me da. Lo quiero porque nunca visité una sala de trofeos, pero sí estadios de Tercera. Porque sufrí el mejor gol de la vida de Manuel Pablo en el mejor partido de mi vida. Porque fui humillado en Primera y falle ocho penaltis de siete en Segunda. Porque el pastel de carne sobre el cemento de la vieja Condomina siempre me supo a derrota, a una derrota torera como la plaza vecina. Porque lloré en Montilivi por un penalti que no debí hacer y que paré, que vi que paré. Por Vaqueriza, Matito, Mikel Kortina, Tonelotto, Quintana, Pedro Largo, Fresnedoso, Roteta, Ochoa y tantos otros. Por los presidentes corruptos y los directores deportivos analfabetos. Por ser el mejor equipo de Segunda de la historia, el mejor ‘segundón’ de la historia. Por las decepciones que vinieron y vendrán. Por las que sufrieron mis abuelos y sufrirán mis nietos. Por mis abuelos.

2 Responses so far.

  1. Borja says:

    Felicidades Andreu, gran artículo.

    Y felicidades también porque actualmente, en cuanto a resultados y alegrías deportivas se refiere, es muy fácil ser del Madrid o del Barça, como la mayoría, pero no lo es tanto ser de un equipo más humilde.
    Pero es justo eso lo que hace que los sentimientos hacia un equipo sean mucho mayores, que las ilusiones sean más fuertes, y en definitiva, que la pasión futbolera sea más intensa...

  2. A.Vilas says:

    Ser de un equipo pequeño te hace más especial, menos común, y como dice Borja la pasión se vuelve más intensa porque lo tienes más cerca.

    Como siempre cuento cuando comparamos equipos grandes y pequeños, los aficionados al Madrid o Barça podrán disfrutar de miles de victorias, pero nunca jamás podrán abrazar a Messi como yo abracé a Raúl López en el aeropuerto tras un ascenso, ni nunca compartirán vaso y charlas con Cristiano como yo lo hice con Lucas Lobos y Armando...Esa es la cercanía y la magia de los equipos humildes...algo que nunca te dará un grande...

    Andreu nos vemos en La Nueva Condomina con una bufanda del Cádiz para intercambiar...como siempre...un lujo poder leerte.

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